Protocolo real en Windsor

El Castillo de Windsor se convirtió en escenario de una noche histórica con el banquete de Estado ofrecido por el rey Carlos III al presidente estadounidense Donald Trump. Más allá de su relevancia política, la velada fue una verdadera exhibición de protocolo, precisión y belleza en el arte de la mesa, capaz de fascinar a cualquier amante de la etiqueta.

Una puesta en escena milimétrica

La cita tuvo lugar en el majestuoso St. George’s Hall, donde una mesa de más de 50 metros —conocida como la Waterloo Table— se vistió con una mantelería blanca impecable y el legendario Grand Service, un conjunto de plata dorada (silver-gilt) que forma parte de la colección real desde el reinado de Jorge IV. Dicen que tan sólo ensamblar la mesa costó más de dos semanas de trabajo.

 Foto: Aaron Chown/PA

Montar este escenario es una tarea que requiere varios días de trabajo: cada plato, copa y cubierto se coloca con medidas exactas, pulido previo y alineación perfecta, siguiendo una tradición que convierte el montaje en un verdadero ritual. Más de 100 personas participaron como staff de preparación y logística de este evento.

Vajilla, cubertería y cristalería: joyas de la Royal Collection

Para la ocasión se dispusieron aproximadamente 1.452 piezas de cubertería, entre cuchillos, tenedores y cucharas de plata dorada, acompañadas de copas de cristal tallado —alrededor de cinco por comensal— para los distintos vinos y licores del menú.

Foto: The Epoch Times


La vajilla utilizada pertenece a la Royal Collection, con porcelanas de patrones clásicos y detalles dorados que armonizan con los candelabros y centros de mesa. Cada elemento, desde los bajoplatos hasta las salseras, fue cuidadosamente seleccionado para mantener la coherencia cromática y el brillo característico de los banquetes de Estado.

Decoración floral y luminosa

La mesa estuvo adornada con flores de los jardines reales, en tonos otoñales de morado profundo, granate y rosa intenso. Se distribuyeron pequeños floreros dorados a lo largo de la mesa y más de un centenar de velas que, al encenderse, crearon un juego de luces cálidas sobre la plata y el cristal, resaltando los detalles de cada pieza.

ANDREW CABALLERO-REYNOLDS / POOL / AFP)

El menú: sabores y símbolos

El banquete ofreció una selección de platos que combinan productos británicos de alta calidad con técnicas de cocina refinadas:

  • EntrantePanna cotta de berros de Hampshire con shortbread de parmesano y ensalada de huevos de codorniz.
  • Plato principalBallotine de pollo orgánico de Norfolk, envuelto en láminas de calabacín con salsa de tomillo y hierbas.
  • PostreBombe glacée de vainilla con sorbete de frambuesa y ciruelas Victoria pochadas.

El maridaje incluyó champán Pol Roger, vinos de California Monte Bello 2000, un vintage port de 1945 y un cognac Hennessy de 1912, cuidadosamente elegidos para rendir homenaje a la historia y a las grandes añadas. El menú es cuidadosamente seleccionado por el Chef Real de Palacio y el mismo Rey Carlos es quien elige el menú definitivo entre varias opciones.

Un banquete que celebra la tradición

Más que una cena, la velada en Windsor fue una demostración viva del protocolo británico: una coreografía perfecta donde la colocación de un cubierto, el brillo de una copa o el color de una flor comunican respeto, hospitalidad y sentido de la historia.
En cada detalle —desde la alineación de las copas hasta la selección de los vinos— se refleja la esencia de los banquetes reales: un encuentro donde la mesa es símbolo de diplomacia y elegancia atemporal.

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